sábado, 10 de mayo de 2008

EL MOQUILLO CANINO


Una de las enfermedades víricas más conocidas de los perros es el llamado Moquillo. Como su nombre hace suponer es una enfermedad que cursa en un primer momento con un proceso catarral muy agudo, con gran mucosidad a nivel nasal y ocular, fiebre intermitente, además de otra serie de síntomas que van apareciendo conjuntamente o en el desarrollo del proceso, como son alteraciones dérmicas, gástricas o de carácter neurológico. Esta afección sistémica hace que sea una enfermedad muy desagradable de ver y tratar (si es que existe alguna que sea agradable), sobre todo porque afecta de manera más virulenta a los perros en sus primeros meses de vida.
El Moquillo canino está producido por un virus estrechamente relacionado con el virus de sarampión humano (de hecho, muchas vacunas están elaboradas con este virus atenuado). Es extremadamente contagiosa por contacto entre animales ya que el virus se excreta durante mucho tiempo por sus secreciones y carece de un tratamiento específico y eficaz. Este tratamiento se encamina hacia una mejora del bienestar (alimentación, higiene, equilibrio hídrico) y evitar complicaciones bacterianas secundarias.
No obstante, el Moquillo está rodeado de una serie de creencias que provienen del mundo rural, donde la enfermedad ha estado presente desde hace mucho tiempo. De este ámbito procede la idea de que el Moquillo es un “gusano” que hay debajo de la lengua del perro. Quizás esta idea estuviera basada en observaciones de algunos de los signos clínicos más comunes, como los movimientos convulsivos de masticación, abundante salivación y temblores de algunos músculos faciales que acompañan la fase nerviosa de la enfermedad. Lo verdaderamente curioso era el tratamiento, pues el diagnóstico estaba “claro”; cualquier cachorro con algún síntoma inespecífico tenía Moquillo. El tratamiento consistía en “arrancar el gusano” (que no era otra cosa que el cartílago sublingual o “frenillo”). Esto se hacía en vivo y con un cuchillo, navaja o gancho preparado a tal efecto por el pastor del pueblo, que tenía una dilatada experiencia (se cuentan por docenas) en estas lides. El resultado era excepcional, o al menos eso nos hacían ver los propietarios, que cansados de nuestras inyecciones de antibióticos, vitaminas, sueros y elevadas minutas, veían como su animal seguía cada vez peor y optaban por buscar alguien que les “sacara el moquillo”. Personalmente he hablado con multitud de clientes que te aseguraban haber visto el gusano moverse una vez arrancado y el perro empezar a comer, beber y mostrarse más activo al instante y de forma milagrosa. ¡ cómo no iba a correr y beber desesperadamente si le acababan de arrancar sin contemplaciones un trozito de su lengua !. Aunque sólo fuera por alejarse de allí y no perder nada más de su cuerpo, cualquiera se recuperaría hasta de la más irreversible de las enfermedades. Desde luego que han ocurrido curaciones, pero lógicamente achacables a diagnósticos equivocados y la falsa idea de que cualquier proceso febril o catarral en un cachorro era Moquillo. Esto quiere decir que muchos animales, padeciendo realmente la enfermedad o no, han sufrido tan cruenta mutilación. Los que curaban habían tenido la mala suerte de padecer un proceso con síntomas aparentemente similares al verdadero moquillo y hubieran sanado de igual forma con su anatomía completa. Los que realmente tenían el virus, volvían a la clínica cabizbajos reconociendo la mala evolución del animal y solicitando la eutanasia para evitar prolongar la agonía de su mascota. Estos eran los menos, porque lo que ocurría la mayoría de las pcasiones era que o morían en casa, o en virtud de ese orgullo que nos caracteriza se deshacían del perro por mediación del amigo de algún amigo, o se lo llevaban a otro veterinario para que realizara la eutanasia y de paso hacer ver el fracaso de nuestro tratamiento a pesar del dinero invertido.
Con la proliferación de Clínicas Veterinarias por todos los rincones del país, se ha producido una vacunación efectiva y masiva de casi todos los perros y en pocos años han disminuido en una gran proporción los casos y focos epidémicos que veíamos anteriormente. No obstante, todavía alguien me comenta que perdió algún perro de moquillo por vivir en la ciudad, que... “¡si lo hubiera llevado al pueblo se lo habrían quitado!”.

En otros lugares, además de “sacar el moquillo”, se recomendaba ponerle al perro un collar trenzado con esparto. Curar, lo que se dice curar, no curaba, pero el perro presentaba un “look” de lo más hippy.
En algunos lugares se usaba emplaste de brea sobre la cabeza del animal para aliviar o calmar los temblores convulsivos producidos por la fase nerviosa, pero nunca he tenido la ocasión de verlo.
Otra creencia relacionada con esta enfermedad es la del bañar o no bañar el perro. No tengo ninguna consulta de primera revisión en la que los propietarios no hagan mención de lo peligroso que les han dicho que es bañar a su cachorrito, “porque puede coger el moquillo”. Pero lo que más llega a sorprenderme es que esta información viene avalada en multitud de ocasiones por supuestos “profesionales” del ramo (léase criadores, vendedores, vecinos y oh!
si, cielos!, algún compañero que se deja llevar por esta inercia o pseudociencia). Hay quien te comenta que un perro no se puede bañar hasta los tres meses de edad (ni uno más ni uno menos), otros hasta el año (insufrible y sin comentarios...), los más, te preguntan si hasta terminar el calendario de vacunación. Siempre es grato dar tu opinión y educar al cliente en el mantenimiento de su mascota y todavía más gratificante cuando ves la cara de alegría de las señoras/es al decirles que pueden bañar a su animal cuando quieran (con un mínimo de sentido común sabiendo que debe secarse correctamente y no a la intemperie) y la cara de estupefacción del perro que se imagina la que le viene encima con el “frotar hasta sacar brillo” y esos “pestilentes (a su perruno entender) perfumes”. En muchas ocasiones uno se sorprende que el animal que te traen a la clínica no haya tenido ninguna enfermedad por los olores y suciedad que lleva y no por un siempre agradable y estimulante baño.